El Ratón Tintero

El Ratón Tintero
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Traduce lo que te cuento.

domingo, 10 de octubre de 2010

PAPREFU


Ahora creo que aún se quedaron cortos cuando me recomendaron, con tanta insistencia, aquel nuevo peluquero.
Un tipo realmente extravagante, por buscar un adjetivo que se acercara algo a él. Ya no era sólo su forma de vestir, hablar o moverse por el salón de belleza. Ni tampoco era su desmesurada forma de cortar, teñir o simplemente tocar el pelo. Lo que me dejó sin palabras fue al final del todo, y no me refiero tampoco a la barbaridad que le pagué, sino a la toalla con la que me obsequió. Sí, sin duda aquello que me ofrecía entre sus huesudas manos llenas de dedos larguísimos, como el que da un tesoro a punto de romperse, era eso: una toalla.

Yo la cogí entre las mías, no fuera a eso: a romperse; menuda tontería tratándose de una toalla. Pero algo se rompió dentro de mí, cuando él sin soltarla me dijo en voz muy baja:
- “Cuando te laves el pelo en casa, te sientas con la melena entre tus piernas y la frotas con energía con esta toalla hasta que la notes seca, y al final levantas la cabeza”.
Entonces, dejando al fin la toalla en mis manos, añadió muy sabiondo él:
- “Ya me contarás”.

En ese momento me pareció un absurdo más a añadir, a la lista de la tarde en esa peluquería tan atípica, pero no desprecié el regalo; que bien pagado estaba.

Pasaron un par de días hasta que me lavé de nuevo el pelo en casa, y casi me olvido de la enigmática toalla; que por otro lado parecía de lo más normal. Pero bueno, pensé que quizás aquello le daría a mi pelo un acabado distinto, y seguí las recomendaciones:
me senté, eché la melena entre las piernas, y froté y froté hasta que sentí el pelo yo diría que seco.

Me puse de pié, y con un golpe de cabeza hacia atrás vi de repente mi imagen reflejada en el espejo.
Era yo, seguía siendo yo, mi cara y mi cuerpo, pero mi cara era de sorpresa mayúscula, y mi cuerpo temblaba, ¡porque el pelo no era el mío! ¿Cómo describirlo?
Alrededor de mi cabeza flotaba una larga melena ondulada, de color rojizo, donde se enredaban todo tipo de hadas y duendes, con sus casas-champiñón y todo, y también un buen popurrí flores multicolor.

Tardé unos minutos en reaccionar ante algo tan sobrenatural, y otros tantos minutos en poder escuchar que algo decían a coro todos aquellos pequeños seres inquietos, que no dejaban de jugar y columpiarse en las nuevas ondas pelirrojas de mi cabeza.
- “¿Hola?” atiné al fin a articular “Por favor, ¿me puede hablar uno sólo de vosotros?, más que nada por entender ¡qué porras está pasando aquí!”
Callaron todos, y uno de ellos me habló fuerte y claro haciendo bocina con sus manitas en la boca. Era un hada muy parecida a Campanilla del cuento de Peter Pan; con lo poco que me gusta a mí ese cuento. Pero ese es otro cuento.
- “¡No te asustes!” pude oír que gritó “Estamos aquí para concederte cada uno de nosotros un deseo”
- “¿Un deseo?, bueno, mejor dicho ¡será un buen montón de deseos!” exclamé al contar por encima cuantos eran.
- “¡Eso es!, pero son deseos especiales, porque no son deseos de futuro, sino deseos del pasado”
- “¡Curioso! ¡Muy curioso!, y supongo que nada de dinero ni riquezas”
- “¡Exacto!, veo que lo has cogido al vuelo, y también habrás supuesto que si eliges bien esos deseos del pasado podrás cambiar totalmente el presente, y por lógica el futuro”
No pude menos que sonreírme, porque tenía poco que pensar y la respuesta fue rápida y contundente:
- “Pues siento deciros, sucedáneos de Campanilla, que habéis hecho un viaje en balde desde donde vengáis, porque no tengo ningún deseo, de esos de pasado, que os habéis inventado.
Lo pasado, pasado está. Lo vivido, vivido está. Para bien o para mal. Porque de lo bueno se aprende, pero de lo malo se aprende mucho más. Y los arrepentimientos no curan heridas, porque escuecen lo mismo y encima no cierran nunca, o lo hacen en falso; que no se sabe qué es peor. Así que no acepto vuestro juego, queridas mosquitas de alas blancas.
Os lo agradezco, pero a esta mano no voy”.

Y de repente, como por arte de magia, aquella larga melena llena de flora y fauna desapareció volviendo mi melena normalita de toda la vida.
Cerré los ojos, sacudí la cabeza, y mis recuperados cabellos volaron de un lado a otro como pequeños e inocentes látigos.
¡Menuda alucinación! La recomendación de la posturita, con la cabeza entre las piernas frotando el pelo, no debía ser nada bueno para el riego sanguíneo de la cabeza.

Al cabo de unas semanas volví a la singular peluquería, donde me recibió el peluquero con gran efusión. Vino directo hacia mí, cogió de nuevo mis manos entre las suyas, ahora ya sin toalla, y acercándose a mi oído me susurró:
- “Veo que la toalla de los arrepentimientos no ha podido contigo, eso significa que te aceptas tal y como eres, como la vida te ha forjado; y aceptarse es siempre la mejor opción”.

Hasta ese instante no comprendí el nombre de la peluquería:
PAPREFU : “Pasado Presente Futuro”.



martes, 2 de junio de 2009

MANDARINA PARA DOS

Teatro Breve.
Personajes: Lydia / Coral / Chica.

La escena transcurre en los servicios de un bar de copas nocturno.
La música se oye de fondo y cuando la puerta se abre suena más fuerte.
También los reflejos de las luces y focos de colores entran.
En los lavabos se encuentran dos mujeres mirándose al espejo. Una de ellas es bastante más alta que la otra, pero ambas con buen tipo y vestidas muy sexy.

Lydia: ¡Qué calor hace ahí fuera!

[Dice la chica más bajita mientras se refresca la nuca con agua fresca del grifo]

Coral: ¡Ya lo creo! El aire acondicionado no debe dar abastos.
Lydia: ¿Es la primera vez que vienes a este bar? Yo vengo casi todos los sábados, y nunca te he visto.
Coral: No, no he venido antes. Un amigo me habló y hoy me he decidido a venir.

[Lydia le echa un vistazo de arriba abajo con cierto disimulo. El mismo que no pasa desapercibido para Coral]

Lydia: Oye, ¡qué pantalones más bonitos llevas! Te quedan geniales. Claro que con tu altura… ¡ya se puede!. Seguro que cualquier cosa te queda igual de bien.

[Coral esboza una sonrisa “de medio lao” con complacencia. También echa un vistazo la generoso escote de Lydia]

Coral: Pues a mí me gusta tu blusa. Con esa dotación natural… no hay nada como un botón abierto de más…

[En silencio se miran ambas unos segundos. Hasta que las interrumpe una tercera chica que entra a los servicios. Vuelven a mirar al espejo]

Chica: ¡Hola!
Lydia: ¡Hola! ¿Qué tal?
Coral: Hola
Chica: Tía Lydia, tengo una urgencia ¿No tendrás por ahí un tampón?
Lydia: Pues va a ser que no, pero espera que miro.
Chica: Perdona… ¿te llamas?

[Se dirige a Coral con impertinencia]

Coral: Sí, me llamo Coral. Y lo siento, pero no uso tampones. Aunque te puedo dar un condón.

[Lydia y la chica se ríen divertidas. Coral se sonríe con picardía]

Lydia: Muy precavida tú.
Coral: Nunca se sabe.
Chica: Pues yo sí lo sé… y estando así como que paso.
Lydia: Toma niña. Has tenido suerte, tenía uno por ahí rodando en el fondo del bolso.

[Lydia le da el tampón a la chica. Esta se mete en uno de los aseos. Lydia sigue mirándose el maquillaje de cerca, en el espejo. Coral aprovecha y se aleja unos pasos para mirar a Lydia por detrás. Coral se da cuenta por el espejo y se vuelve despacio, clavando la mirada en Coral. El silencio sólo lo corta el ruido de la cisterna. Sale la chica del aseo]

Chica: ¡Gracias tía! Me has salvado la noche.
Lydia. ¡Nada mujer! Otro día te lo cobro en copas.

[Se sonríen mientras la chica se atusa un poco el pelo en el espejo y se va con prisas]

Chica: Bueno, nos vemos…
Lydia: Venga…
Coral: Hasta ahora…

[Se quedan solas y se miran a los ojos a través del espejo]

Coral: Me encanta tu lápiz de labios.
Lydia: ¿De verdad? Pues está hasta rico. Sabe a mandarina.
Coral: ¡No me digas! ¡No me lo creo!

[Lo dice con ironía. Con tono de broma]

Lydia: Espera, que te dejo la barra para que te lo pongas y lo pruebas.
Coral: Muy bien…

[Lydia saca la barrita de labios del bolso y se lo ofrece a Coral pero esta no hace el menor gesto de cogerla]

Cora: ¿Te importaría pintarme tú? Yo soy muy mala pintándome los labios.

[Lydia duda un poco pero al final acepta sin palabras y se pone a pintar los labios de Coral. Coral no deja de mirarla mientras Lydia la pinta y esta también la mira por momentos]

Lydia: Te queda también muy bien. Ahora chúpate los labios un poco y la pruebas.

[Coral primero sonríe y después pasa la lengua por los labios muy despacio]

Coral: Me has engañado. Esto no sabe a nada.
Lydia: ¡¿Cómo que no?! ¡Eso es imposible!
Coral: Espera, voy a probar a ver la tuya…

[Coral se acerca a la boca de Lydia y a esta sólo le da tiempo a medio decir algo]

Lydia: …. Pero que…
[Coral no la deja terminar cuando ya le ha dado un toque de lengua en sus labios. Cuando se separa de Lydia, esta tiene cara de sorpresa]

Lydia: ¡Pero bueno!
Coral: Pero bueno de verdad. Tus labios realzan el sabor a mandarina.

[Lydia se sonríe y con voz profunda la invita]

Lydia: Eso es que no te ha dado tiempo a apreciar lo rica que está, esta mandarina.
Coral: Repitamos entonces la cata.

[Esta vez se funden ambas en un apasionado beso al tiempo que Coral acaricia el trasero que antes llamó su atención y se aprieta contra los pechos que asomaban por el escote de Lydia. Cuando al fin se separan, habla Coral]

Coral: ¿Sabes que? Que en realidad nunca me han gustado las mandarinas. Ven que te limpie con papel higiénico.

[Coral tira de Lydia hacia uno de los aseos y esta se deja. Entran, cierran la puerta y Coral corta un trozo de papel higiénico, limpia la boca de Lydia y baja por su barbilla hasta la el escote abriendo la blusa de Lydia]

Lydia: ¿Te puedo yo abrir los botones de esos pantalones que tanto me gustan?
Coral: Por favor…

[Lydia estaba ya con la blusa completamente abierta, cuando consiguió al fin quitar los botones del pantalón de Coral. Coral mete las manos en el sujetador de Lydia y esta en la parte delantera del pantalón de Coral. Cuando de repente, Lydia se para y se echa para atrás]

Lydia: ¿Qué tienes ahí?
Coral: Te puedo asegurar que no es una mandarina.
Lydia: ¡Me has engañado!
Coral: No, no me has preguntado.

[Lydia mete la mano en el bolso de Coral y saca los preservativos]

Lydia: Está bien. Pero será mejor que usemos esto.

[Coral mete la mano en el bolso de Lydia y saca la barrita de labios]

Coral: Usemos esto también. Deja que te pinte el cuerpo entero. Era mentira que no me gustaran las mandarinas.

- FIN-

miércoles, 25 de junio de 2008

Triste canto de sirena.


En una pequeña isla de nombre desconocido, cerca de la isla de Sicilia, habitaban cinco hermanas sirenas llamadas: Agláope, Telxiepia, Pisínoe, Parténope y Ligeia. Todas eran criaturas maravillosas, naciéndole desde su ombligo sinuosas caderas que se tornaban en brillantes escamas multicolor tornasoladas, hasta terminar en una enorme punta en uve, victoriosa e inquieta.

De entre todas ellas destacaba Parténope por su singular belleza. Su larga y ondulada cabellera, como las olas del mar, dejaba ver con claridad una preciosa carita de luna blanca, y medio adivinar un par de senos también redondos y blancos como la luna, duros cual guijarros marinos.

Cuando las hermanas divisaban una nave en las cercanías de la isla, entonaban melodiosos cantos y se lanzaban al mar a seducir a los hechizados marinos con el movimiento oscilante de sus colas y la sonrisa de sus ojos, ya que ellas no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos.

Los embaucados marinos cesaban de remar, para oírlas mejor, y luego, sintiéndose enormemente atraídos por aquellas desconocidas ninfas, enderezaban su timón hacia el punto donde les parecía que surgía el canto. Al final, acababan por tirarse al mar a por ellas, y esa era la mayor de sus perdiciones, porque ya no volvían jamás.

El intrépido Ulises, sabía que si lograba mantener a su tripulación a bordo sin arrojarse al mar cuando pasaran junto a las sirenas, estas doncellas dejarían de existir. Aunque ningún hombre de cuantos surcaron aquellas aguas había dispuesto de suficiente voluntad para no entregarse a los brazos de ellas.

Ulises preparó a sus hombres para superar tamaña tentación. Así que obligó a todos a taponarse los oídos con cera, y él fue amarrado fuertemente al palo mayor del navío. De esta manera, no oirían el canto de las sirenas y él, aunque las oyese, no podría arrojarse al mar.

Al acercarse por aquel lugar, Ulises fue el único que las oía y a pesar de lanzar gritos terribles y suplicantes para que lo dejasen arrojarse al mar, nadie lo escuchó. El gran palo del barco se movía con los esfuerzos de Ulises por separarse de él sin conseguirlo, y de este modo salieron victoriosos, dejando las sirenas de inquietar la travesía de nuevos viajeros.

Pero la bella Parténope, no pudo soportar la dura derrota de sus encantos, y dejó arrastrar su cuerpo por las corrientes marinas hasta morir en una playa de Italia. Su cadáver fue recogido por unos marineros, que lo llevaron sobre sus hombros con el mayor esmero y le dieron sepultura en aquel mismo lugar.

Desde todos los puntos de Italia acudieron a visitar aquella novia tan deseada como temida, y poco a poco fueron haciendo casas alrededor de su sepultura hasta formar una ciudad, a la que se llamó Parténope, en recuerdo a aquella sirena ignorada y muerta de tristeza.
Más tarde, aquella ciudad tomó el nombre de Nápoles, hasta nuestros días.

lunes, 2 de junio de 2008

Efímero regalo navideño.



Aquella noche tenía el sueño algo inquieto. Daba vueltas y más vueltas en la cama aunque no llegara a despertarse. Esos días con tanta celebración, tanta comida de empresa, de amigos, de familia... no había estómago que lo resistiera. Con la sed de la resaca, se incorporó para beber agua del vaso que había dejado en la mesilla de noche.

Fue entonces cuando le pareció oír ruidos extraños en el piso de abajo. Encendió la luz y se dio cuenta que ella no estaba acostada junto a él. Rápidamente se levantó, calzó sus zapatillas y con la bata a medio poner bajaba las escaleras, ya completamente despierto por el sobresalto.

Del salón salía luz suave de la pantalla del rincón. Pudo ver en la pared una sombra que se movía, pero ya no se oía ningún ruido. Cogió del paragüero de la entrada un bate de béisbol, que tenía siempre allí más por defensa que por deporte. Lo alzó al aire con ambas manos y se plantó en la puerta del salón sacando valentía del nerviosismo.

¡No podía creer lo que tenía delante de sus ojos! Su mujer arreglada de fiesta, con un vestido plateado y que encima le sonreía con una copa de champan en la mano.

_ Feliz Navidad cariño, ¿una copita para celebrarlo?_ le dijo ofreciendo otra para él.

_ ¿Estás loca? ¿Has visto que hora es? Y ¿se puede saber qué diablos haces así vestida?

_ ¿Te gusta?_ dijo dando una vuelta en redondo_. Es tu regalo de Papa Noel.

_ ¿Cómo que es mi regalo de Papa Noel? Te compras un vestido de fiesta y ¿me lo regalas? No entiendo nada, debo estar aún dormido y esto es un mal sueño.

_ Ven, acércate y toca tu regalo_ dijo ella con una sonrisita sospechosa al tiempo que levantaba los brazos ofreciéndose con picardía.

Soltó el bate con desgana y mucha resignación, se acercó y la tomó por la cintura que ella le brindaba. Pero el sonido crujiente que le llegó de aquel vestido le hizo dar un respingo sin querer.

_ ¡Pero bueno! ¿Qué broma es esta? ¿Qué clase de vestido te has comprado? O más bien tengo que decir: “que me has comprado”.

_ Lo han confeccionado con papel de regalo ¿a que si no lo tocas ni te das cuenta? Está super conseguido.

_ Espera, espera, explícame este juego que a estas horas estoy algo espeso me temo.

_ A ver_ se dispuso ella a explicarle como a un niño pequeño_ ¿no te critico siempre tu forma de abrir los regalos?

_ Sí… ¿y?...

_… siempre con tanto cuidadito, quitando todos los adhesivos, deshaciendo todos los pliegues, doblando luego el papel para reciclarlo en otro reg...

_… que sí, que sí, que cada uno es como es... ¿y?

_ Pues eso, que aquí tienes tu regalo y a ver como lo abres. Anda, lúcete cariño.

Aún tardó unos segundos en reaccionar, pero ya más relajado, la expresión de su cara cambió por completo.

_ ¡Ya!_ Exclamó él con esa sonrisa socarrona que ella conocía y revelaba que entraba en el juego._ Y se puede saber ¿dónde tiene esto los adhesivos para irlos quitando?

_ ¡De eso nada!, ¡Es que ni tiene! ¡Tentaciones las mínimas!

_ ¡Eres de lo que no hay!_ soltó él por la ocurrencia_ Bueno tengo que decir antes de nada, que estas preciosa, hasta con un vestido de papel de regalo plateado.

_ ¡Gracias! Y además es hasta bonito ¿verdad?

_ ¿Dónde lo has conseguido?

_ En Internet. En la red encuentras, lo más peregrino que se te ocurra.

_ Ya lo creo y aquí delante tengo un ejemplo. Bueno y entonces dime ¿cómo lo hago?

_ Pues muy fácil: usando la imaginación.

_ Vale. De acuerdo. Ahora la sorprendida serás tú._ Le contestó con tono entre amenazante y divertido.

Se despojó de la bata que ya le estorbaba y volvió a cogerla por la cintura haciendo crujir el papel de nuevo, esta vez sin sobresalto alguno.

_ ¿No te hace daño este papel en tu piel tan delicada?_ le susurró al oído

_ No mucho_ le dijo ella también medio susurrando_. Además, ayuda la recompensa que me espera ¿no?

_ Palparé un poco a ver que encierra mi regalo, porque ¿zamarrearlo no puedo no?

_ ¡No! ¡Serás bruto!

_ Bien… a ver entonces que tenemos por aquí_ dijo subiendo las manos por la espalda de ella_. De momento parece que no llevas sujetador.

_ No, no era necesario, pero baja las manos, sigue adivinando.

Bajó las manos palpando las nalgas de ella y preguntó...

_ ¿Tampoco llevas braguitas?

_ Tanga, llevo tanga.

_ ¡Bien! ¿También de papel?

_ ¡Claro!

_ ¡Me gusta! A ver que nos encontramos por delante.

Tocó con ambas manos los pechos por encima del vestido, cogiendo el papel la forma de ellos. A ella no se le caía la sonrisa de los labios, le gustaba esa sensación y sus pezones lo decían por ella; él, los escuchó perfectamente. Los acarició arrugando el papel en dos puntas que se fueron rompiendo poco a poco, hasta aparecer los pezones duros y calientes pidiendo guerra. Los saludó como es debido, se agachó y los succionó como un niño pequeño para luego rodearlos varias veces con la lengua húmeda, lo que hizo que el papel se mojara y rompiera aún más.

Ella se dejaba llevar, se le cerraban los ojos sin querer, pero no quería perderse ese espectáculo tan particular.

_ ¿Te puedo quitar el lazo que llevas en el pelo?_ le preguntó él.

Tenía un trocito de papel mojado en los labios, ella se lo quitó con un beso también húmedo de pasión. No hacía falta decir más, ya estaba entregada por completo. Le quitó el lazo de la cabeza y se lo ató a la cintura. Ese vestido tan fugaz tenía que soportar todas las embestidas que le esperaban. Se puso de rodillas delante de ella y cogiendo el dobladillo con ambas manos a la altura del pie derecho, empezó a rasgarlo hasta dejar toda la pierna al aire. Sacó el muslo de su escondite y paseó la yema de sus dedos por la parte interna, de abajo a arriba. Lo mismo hizo con la otra pierna, una gran raja a todo lo largo de la falda, dejándola dispuesta a sus caricias.

_ Mumm vas muy bien cariño, sigue así_ musitó ella aprobando el examen.

_ ¿No te da pena lo que estoy haciendo con tu vestido nuevo?

_ ¡Para nada! Además, recuerda que no es mío, es todo tuyo, es tu regalo de navidad; de un sólo uso y tú, lo estás estrenando de maravilla_ volvió ella a certificar.

_ Date la vuelta a ver que tenemos por aquí detrás_ pidió él con la seguridad del que sabe que lo está haciendo bien.

Abarcó el trasero de ella con ambas manos. Lo acarició y acarició amasando el papel hasta que tomó la forma de ese culito que a él volvía como loco y más disfrazado de esa forma. Pasó los pulgares una y otra vez por la raja hasta que el papel cedió, dejando al aire la unión de esas dos montañas erizadas de placer, con la cuerdecita de papel del tanga que lo vestía. Hundió su perfil en el surco abierto y lamió con avaricia al tiempo que apretaba los glúteos con las manos abiertas. Pero no quería romper la fina cuerda del tanga con la humedad de su saliva y desistió seguir de momento.

Volvió a las rajas abiertas delante y cogiendo el tablón de papel que había resultado antes, fue doblando y doblando hacia arriba desde el filo de abajo sin dejar de mirarla a los ojos. La lujuria estaba reflejada en ellos y eso lo excitaba, animándolo a seguir.

Al final, lo arrugó y remetió en el improvisado cinturón de la cinta atada a la cintura. Pero ahora le esperaba una nueva sorpresa. El papel del tanga era transparente dejando ver un pubis totalmente depilado. Eso le ayudaría en su objetivo. Con mucho cuidado y la punta de los dedos, fue recortando un círculo a la altura del punto que la hacía gritar de placer a ella y otro más abajo a la altura de la cueva que le gustaba habitar a él.

Ya le fallaban las piernas, lo que él aprovechó para tumbarla en la alfombra y terminar de destrozar el tanga a fuerza de lengua y saliva.

Todo se precipitó de repente. Ella pedía relleno y él tampoco podía esperar más. Sacó su también juguete erecto por la abertura del pijama y allí mismo terminaron de disfrutar los regalos de navidad.

Ya exhaustos, tumbados uno al lado del otro en la alfombra mirando al techo, todavía atinó ella a recriminarle:

_ No te has quitado ni el pijama, ¡canalla!

A lo que él se defendió medio asfixiado aún:

_ ¿Desde cuando se desnuda uno para abrir un regalo?


Granada & Sevilla.


¡Que distinto es Granada de Sevilla!, indudablemente los casi dos siglos y medio durante los cuales Andalucía se dividía en Oriental y Occidental han marcado duras diferencias entre unos y otros. Aquello sigue teniendo mucho de Al-Andalus, sus gentes son muy "moras": sibaritas, refinados, hospitalarios... pero, tanto para lo bueno como para lo malo que les suceda contigo... con una memoria indeleble.

Y que podemos decir de su paisaje y clima... eso si que es absolutamente envidiable: "los moros sabían mejor que nadie donde asentarse". Te vas acercando a la capital por la A92 y aparece ante ti la más bella de las postales. Protegida a la falda del impresionante macizo montañoso que es Sierra Nevada, la ves allí como enganchada haciendo equilibrios por divisar todo lo que se le podía venir por su lado más vulnerable.

Es curioso, Granada al fondo, a la derecha de la carretera el secano más austero y a la izquierda la vega más rica, dos paisajes completamente distintos con sólo mirar a derecha o izquierda y la carretera en medio marcando ese gran contraste.

Me quedo con la vega, protegida por otra sierra más pequeña y menos conocida aunque para mi gusto con el nombre mejor puesto: Sierra Elvira, que era el antiguo nombre de Granada...Elvira.

La vega de Granada....todo un lujo, hay que reconocerlo, pudiera ser el paraíso en la tierra a no ser por el carácter de sus gentes. Es como una gran tela de araña que atrapa a "una pila" (como dicen por allí) de pueblecillos, todos a muy corta distancia entre si, apenas uno, dos o tres kilómetros. Quizás el más conocido sea Fuente Vaqueros ("Lajuente", para ellos) por haber visto nacer a Federico García Lorca, y digo nacer y no crecer ya que como pocos saben él en realidad se crió en un pueblo cercano, a cuatro pedaladas de bici que es el medio de transporte más usado por todos. ¿Y cual era el nombre de este pueblo?.....pues nada más y nada menos que: Asquerosa, si, si, como se lee y suena...increíble pero cierto...y ¿qué me dices del gentilicio de sus habitantes?...

Fue Federico quien en sus años grandes movió todo lo movible para cambiar el tan poco afortunado bautismo por el de: Valderrubio, valle del tabaco rubio de cuyo cultivo viven sus gentes.

Lo tuvo fácil Lorca, es un lugar donde todo se arregla a fuerza de "soga y viga", zona geográfica de España con el más alto índice de suicidios por ahorcamientos, gentes trágicas y tremendistas que a la mínima cogen el camino del secadero de tabaco para amarrar allí esa soga como único atrezo de la escena final de sus vidas. ¿Cómo en ese jauja donde se recuperan olores y sabores perdidos en la memoria se puede cortar de un modo tan radical?...demasiado fácil lo tuvo Lorca metido en ese ambiente tan cargado de dramatismo... ¿Será el aire?, ¿será la nicotina que se masca en el ambiente?...no lo sé...¿quien lo sabe?

Granada y Sevilla....aquí también tenemos una elevación del terreno jalonada de vida pero justo al revés de allí, aquí la capital está en plena llanura y los pueblecillos son los que serpentean el Aljarafe sevillano, eso sí con mucha menos altura, huérfano de las blancas cimas de Sierra Nevada.

Pero yo no vivo en lo llano ni en lo alto....me quedo a media altura, vivo en mi más que apreciado Cerro del Águila. Cuenta la leyenda que las tierras del Cerro son las más sevillanas y céntricas de Sevilla ya que dicha elevación se fue formando con las tierras sacadas de los cimientos de la Giralda. Lo cierto es que todo esto junto con Nervión y Ciudad Jardín pertenecían al Marqués de Nervión, Don Pablo Armero, no haciéndose cargo el ayuntamiento de Sevilla hasta 1.968. Mi abuelo Jacinto conocía bien a Don Pablo recorriendo juntos en su coche las impecables calles urbanizadas por Aníbal González. Así pues, mi familia fue pionera allá por el principio de los años 20.

El abuelo se afincó en una gran esquina abriendo posiblemente uno de los primeros "centros comerciales": bar, ultramarinos, barbería y semillería, todas las habitaciones que daban a la calle, en cada una un hijo al frente y todos viviendo al fondo de un patio trasero al estilo romano. Pero....mala cabeza....mala gestión....posguerra....el caso es que apenas pudieron los hijos, se hicieron cargo de todo antes de que Jacinto se lo "bebiera" todo literalmente.

Me gusta sentirme de un lugar, tener raíces...casi tanto como volar bien alto y sin mirar abajo. Por eso no me he ido ni me iré jamás de aquí como han hecho mis hermanos, cambiando barrio con raíces por urbanización desarraigada, idiosincrasia por superficialidad, solera añeja por mosto joven, gentes sencillas y trabajadoras con economías saneadas por insoportables nuevos ricos comedores de avecrén......

Lo necesito, siento que lo necesito, si no fuera porque alguien sostiene la cuerda de esta loca cometa y porque sigo al amor de mis orígenes, no podría hacer lo que hago ni ser lo que soy, andaría como perdida.

Quizás por eso un día me decidí a investigar y escribir mi árbol genealógico......preciosa e interesantísima tarea, saber de donde venimos para saber a donde vamos, pararte en el camino y mirar atrás y adelante.....y tu allí en medio como eslabón de una larga cadena que es imposible saber donde empieza y donde terminará.....quizás en ningún sitio.....sólo sigue y sigue argolla tras argolla que nos rodea el cuello pero no como grillete, sino más bien como collar de flores hawaianas.

Mirando al pasado tan sólo pude llegar hasta 1740, es muy difícil, más de lo que uno se imagina cuando empieza esta aventura. Donde más ayuda encontré fue (por supuesto) en las iglesias, el mejor y más antiguo padrón...ellos saben controlar sin que se note. Pero lo difícil ya está hecho que es empezar, ahora sólo es anotar de vez en cuando algún nombre o fecha.

Si me preguntas por mi antepasado más interesante me inclino sin dudas por mi bisabuela Catalina. Trianera de pura cepa (igual que mi padre por nacimiento ya que su madre fue a parirlo a su casa materna en la calle Pureza), jefa de mesa trabajadora de la antigua fábrica de tabacos, de esas que cruzaban el puente a diario como dicen las sevillanas envuelta en un mantón y flores en el pelo, mujer de armas tomar por lo que he averiguado de ella (con ese nombre no podía ser menos).

Hay un famoso cuadro de Gustavo Bacarisas de estas trabajadoras en plena faena algunas de ellas con niños en sus brazos y agrupadas en mesas de doce, yo miro y remiro la encargada de esa mesa intentando descubrir si es ella o no....lo lógico es que no...pero me gusta imaginar que sí lo es.

Raíces...altos vuelos de cometa al viento....miradas hacia atrás...imaginar hacia delante. Así me gusta y así lo hago o al menos lo intento y mientras tanto disfruto el momento que ya todo lo hecho está hecho y de lo que ha de venir.....pues ya vendrá y aquí estamos para recibirlo.


El peor encuentro sexual de la historia.


A Mercedes le gustaba hacerse de rogar, solía poner a Pedro mil excusas de dolores y cansancio para torturarlo, empleando como arma arrojadiza el sexo, en represalia de pequeñas tonterías cotidianas.

Para ella no era algo fundamental en la relación de pareja y podía pasar sin sexo perfectamente, o al menos eso creía. Además, ¡que dulce venganza verlo babear por la casa detrás de su culo! -"La venganza se sirve en plato frío"- y para fría, ella.

Pero para babas, no había como las de Pedro. Era la típica persona que si hablaba muy rápido saltaban perdigones de saliva de su boca, aterrizando por doquier.

En la comisura de sus labios siempre había un residuo de espumilla blanca, y eso hacía que sus besos no fueran los ideales. Cuando besaba a Mercedes, la segregación de saliva era aún mayor por la excitación del momento, formando un cerco alrededor de la boca que al cabo de unos minutos, al secarse, desprendía olor a gallinaza.

(Nota de la RAE.

Gallinaza: dicesé del olor que desprende el excremento o estiércol de las gallinas).

Y encima no había mujer más limpia que Mercedes. Al terminar una relación se apresuraba a recoger y limpiarlo todo. A veces incluso ponía una toalla debajo antes de empezar, sobre todo si había cambiado las sábanas de limpio esa misma mañana.

No era una mujer deportista, pero nada más acabar daba un salto de la cama digno de la mejor atleta olímpica. También era, cómo no, la primera en lavarse; después lo hacía Pedro, no extrañándose al volver encontrar en la cama una gran montaña debajo del edredón, que no era otra cosa que el culo de Mercedes vuelto de espaldas, acompañado de los primeros ronquidos.

Pero aquella noche "la cita amorosa" estaba planificada y la cosa no tenía escapatoria posible. Habían quedado en hacerlo el sábado sobre las once de la noche, como era costumbre, cuando los niños estuvieran ya dormidos y la casa y la cocina perfectamente recogida a prueba de revista.

Cuando Pedro entró al dormitorio, Mercedes ya lo esperaba en la cama. Vestía su camisón de los fines de semana: largo a media perna, manga larga, cerrado a la caja, con museta de encajes y chorrera de botones; modelo de los de dar pecho recién parida.

Un cumpleaños le regaló él uno muy sensual: corto de transparencias y braga a juego; pero Mercedes jamás consintió ni en probárselo, y es más, hasta llegó a molestarle.

-"¡Tomarla a ella por eso!"-, protestó bastante indignada.

Pedro en cambio se metió en la cama completamente desnudo, eso, si obviamos la gran manta de vello que cubría su cuerpo a modo de abrigo de visón de los buenos, espalda incluida.

Pero para vellos estaban ambos bien servidos ya que Mercedes eso de la depilación no era una cita obligada en su agenda. Las piernas, usando sólo pantalones, no hacían falta, y como las ingles y axilas le daban miedo por aquello de los tirones de los ganglios, pues así lucía “cabellera al viento” para pasto de sudores y demás olores.

Pedro tomó la iniciativa, como era de esperar, y acercó sus pies a los de Mercedes, sin sorprenderse al topar con los gruesos calcetines de dormir. Aunque no pudo aguantarse la observación:

_ Mercedes, cariño mío, bien está que tengas frío, lo entiendo mi vida pero ¿no te podrías quitar algo de ropa?... por favor te lo pido.

_ Está bien _ respondió resignada Mercedes_ pero antes voy a hacer pipí que luego protestas si lo pido a mitad del tema.

Pedro tuvo ganas de exclamar un: "¡No, espera! Con lo que corta eso el rollo", pero sabía que podía jugársela y dar pie a la excusa para la bronca apriori, así que se mordió la lengua.

Ya de vuelta y antes de despojarse del camisón, a Mercedes se le ocurrió una pregunta que sabía tonta de antemano, pero la hizo:

_ Pedro, ¿Podrías apagar la luz?

Pregunta que se ganó una respuesta tajante:

_ ¡No!

Así que con otro -"Está bien"- resignado, se sacó el púdico camisón por la cabeza con una habilidad y rapidez alucinante, colándose en la cama del tirón sin "estriptease" imaginable.

Pedro comenzó su rutinaria tanda de caricias, las mismas que a Mercedes hacían cosquillas más que conseguir excitarla, se limitaba a estar tumbada boca arriba y esperar que aquello pasara lo antes posible.

Las manos sudorosas de Pedro la manoseaban de arriba abajo, mientras ella mantenía los ojos cerrados. Tan sólo abría el izquierdo de vez en cuando, para mirar los números rojos del reloj digital de la mesilla de noche.

De pronto tuvo un gran desasosiego:

_ Pedro, espera un poco, ¡para hombre!, que no sé si he apagado la estufa de la mesa camilla, vaya que se meta fuego.

-"El mismo fuego que no consigo que prenda en ti"_ pensó Pedro, pero contestó un:

_ Vale ve, además no estoy seguro de haber echado el cerrojo de la puerta.

_ ¿Que no? ¡Que cosas tienes! Y yo ahí tan tranquila cuando podía haberse levantado Pedrito y nos pilla.

A los pocos minutos volvió Mercedes. Falsa alarma: la estufa estaba apagada y el cerrojo estaba echado, pero no había estado de más comprobado.

Volvieron a la faena torera y Pedro ya no estaba dispuesto a perder más tiempo intentando en vano que ella entrara en situación, así que fue directo a lo suyo.

Subió la temperatura, puso el pito de la olla exprés, el otro pito también en su hueco y comenzó sus rítmicos movimientos de conejo. Mercedes se sorprendió un poco y le preguntó:

_ ¿Es que ya la has metido?

Pedro no se molestó en contestar una pregunta tan humillante, alusiva a su tamaño. Ya iba enfilado al precipicio de lo más parecido al onanismo.

_ ¡Que buena estás Angelina!_ casi gritaba en plena euforia.

Mercedes ni se inmutó, esa noche parece que le tocaba sustituirla Angelina Jolie.

Los movimientos de Pedro cada vez eran más fuertes y seguidos, lo que aliviaba algo a Mercedes ya que era síntoma que la cosa tocaba a su fin; eso y el usual pedo fétido final de él, acompañado a la orquesta por los suyos vaginales.

De repente, las sacudidas de Pedro se cortaron de golpe y porrazo, dejando caer su cuerpo sobre el de ella a modo de fardo o bacalao islandés.

Pedro no se movía. Pedro no respiraba. Pedro estaba muerto.

Y Mercedes aunque lo lamentó el resto de su vida, también se libró del suplicio de los sábados a las once de la noche, más o menos.


domingo, 1 de junio de 2008

Novela de relatos cortos hilvanados.


Título: Caleidoscopio de personas.


Sipnosis:

Será un libro de relatos cortos. Estarán todos hilvanados entre sí por un mismo hilo conductor, menos el primero y el último que harán de presentación y cierre final del círculo.

Comienza por una historia trepidante, que flotará a lo largo de toda la novela. Tenemos a la protagonista que conduce muy acelerada, en velocidad y en ánimos. Va hablando sola mientras conduce su coche sin rumbo fijo, lleva una maleta hecha a puñados, la cara arrasada de lágrimas y por lo que va diciendo entre llanto y rabia, acaba de irse de casa después de una bronca monumental. No piensa volver nunca más.

Entonces ocurre lo que puede ocurrir conduciendo en esas circunstancias: pierde el control del coche en un adelantamiento y da varias vueltas de campana hasta caer en la cuneta. Está mal herida y atrapada entre chapas, aunque aún consciente. Mientras llegan ambulancias y bomberos, puede acceder al móvil y enviar un torpe sms: “stoy grave accidente”. Pero al darle a “Enviar” no sabe a quien y no se le ocurre otra cosa que bajar a la opción siguiente de: “Enviar a todos”… lo lanza y acto seguido pierde el conocimiento.

A partir de ahí se irán sucediendo los relatos por orden alfabético de su agenda telefónica. Iremos conociendo a todas las personas que la conocen, así como sus distintas y variadas situaciones y la relación que la unen a la protagonista. Será clave y revelador el instante en el que reciben el desesperado mensaje.

En todo ese abanico de vidas se traslucirán problemáticas muy distintas, y al mismo tiempo iremos averiguando cosas de la protagonista. Los distintos capítulos, con sus respectivos personajes, formarán un auténtico caleidoscopio de personas. El lector navegará entre risas y llantos, entre intriga y pasión, con relatos llenos de humor, tristeza, incertidumbre… la vida misma.

El hecho de coger un teléfono móvil, como armazón de una historia, es por lo cercano. Todo el mundo se puede sentir identificado, porque ¿quién no tiene un móvil?, ¿quién mirando su agenda telefónica no podría contar veinte o treinta historias? Y es más, ¿quién no sentiría curiosidad por asomarse a la agenda de otra persona e imaginar esas historias? Pues aquí tienes tu oportunidad.


CALEIDOSCOPIO DE PERSONAS



CAPÍTULO 1

- ¡Vamos, vamos!- Gritaba Elvira, mientras aporreaba el volante de su coche y hacía girar la llave sin obtener respuesta del motor- ¡Arranca de una maldita vez!... ¿Será posible?

La luz del sótano acabó por apagarse momentos antes de conseguir un ligero ronquido, seguido de alguna explosión que sonó a música para Elvira.

- ¡Al fin respondes cascajo viejo!, sabía que no me podías dejar tirada, ¡hoy no!

Pisó varias veces el acelerador a fondo, y consiguió expulsar una gran humareda por el tubo de escape. Ya no se le apagaría, podría irse, salir corriendo aunque sin saber donde, eso era lo de menos; lo importante era huir lo más lejos posible.

Las manos le temblaban aún, pero metió primera y subió la rampa del garaje del tirón. Su aspecto lo decía todo. A medio vestir, con los pelos alborotados, los ojos rojos de ira y rabia, la cara húmeda y llena de restregones grises, mezcla de rimel y lágrimas… Pero lo que más delataba lo ocurrido era ese bolso de viaje en el asiento de atrás hecho a puñados; a medio cerrar, como su blusa.

- ¿Cómo ha podido ser tan canalla?, los dos, ¿cómo han podido hacerme esto?- preguntaba a gritos a su coche.

- ¡Eh, imbécil! ¿Qué hace? ¿Es que no me ve idiota?- vociferaba a los conductores de los demás coches.

Iba como loca, fuera de sí. Cambiaba de carril sin mirar, sin pensar. Las lágrimas volvían a aflorar para dificultar aún más la conducción temeraria.

Y volvían las preguntas al aire- ¿Cómo no me di cuenta? ¿Tan tonta estaba? ¿Tan ciega?... ¿Para donde tiro ahora?

Se dirigió a la circunvalación de la ciudad. Algún cartel la llamaría. Vería algún destino escrito que tomaría como su destino. Lo importante era alejarse de allí lo más rápido que su viejo coche le permitiera.

Imágenes borrosas se sucedían en su cabeza como flashes, como diapositivas de una película sin montar aún; sin sentido y con todo el sentido.

Veía su mano abriendo la cerradura de la puerta de su casa. Había vuelto antes de lo acostumbrado. No se encontraba bien y se marchó del trabajo a media mañana. Demasiado bien se encontraba sin saberlo, para lo mal que tendría que ponerse al entrar en su dormitorio.

- Hacia el norte, iré hacia el norte. Una gran ciudad donde nadie me encuentre- se dijo pensando sin pronunciar. – De todas formas quizás ellos ni se molesten en buscarme. David tal vez sí, al fin y al cabo es mi marido; pero Lorenzo… ese maricón traidor… no creo que tenga encima la desfachatez.

Los fotogramas de lo sucedido volvían a ráfagas. La mesa del salón donde soltó el bolso. La casa aparentemente vacía. El largo pasillo que ahora veía distorsionado como en la mayor de las borracheras, con su dormitorio al fondo sospechosamente en penumbra para la hora del día. Algo intuyó entonces, pero ni cercano a lo que habría de ver al encender la luz de la habitación. Ahí se acababan las imágenes. Todo era negro, muy negro. Su cerebro se negaba a reproducirlo. Era demasiado crudo, demasiado hiriente y desgarrador, tanto que el pecho le dolía sólo de intentar recordarlo.

Carnes al aire, cuerpos desnudos conocidos, pero no enredados como tenía delante. Lorenzo de frente fue el primero en verla y la nuca de David dando la vuelta para mostrar su cara desencajada.
-¡Elvira! ¿Qué haces aquí tan pronto?- le había preguntado David pillado in fraganti. Lorenzo no dijo nada, ¿Es que podía decir algo?, ¡el amigo del alma! El maricón que salió del armario gracias a su cariño y apoyo, le había pagado con la mayor de las traiciones, arrastrando a la cama a su propio marido. Pero no, no podía engañarse ni disculpar a nadie, porque a nadie se arrastra a eso, a eso se va con gusto y placer. No había mordazas ni lazos atándolo, no había puñales en el cuello, tan sólo sudor corriendo por sus cuerpos en pleno éxtasis de lujuria.

De pronto, Elvira se dio cuenta que el sol dejaba de entrar por su ventanilla. Una gigantesca sombra, con forma de camión, se echaba sobre ella sacándola de la carretera. La línea del horizonte comenzó a girar en redondo, como las manecillas locas de un descontrolado reloj. Cuando todo paró, el paisaje también había cambiado de posición. El cielo estaba cambiado de sitio con el suelo y ella notaba toda la sangre agolpada en su cabeza abajo. Su bolso estaba derramado junto a su cara en el techo del coche, pero pudo alcanzar el móvil. Con la única mano que podía, marcó las teclas de un sms que leía borroso en la pequeña pantalla: “stoy grave accidente”. Dudó al enviar, no sabía a quién, se le iba la conciencia y bajó a la opción siguiente: “Enviar a todos”. La oscuridad cegó todas las ventanillas del viejo coche de Elvira. Los ojos se habían cerrado solos.


CAPÍTULO
2
ALONSO


Le gustaba sentarse siempre en el mismo bareto del barrio de La Víbora, muy cerca de La Habana Vieja. Si ibas a esas horas de la tarde, cuando ya había terminado de trabajar, seguro que lo encontrabas en ese sitio. Las mesas eran pequeñas y los asientos bancos corridos sin respaldo, pero Alonso encajaba su espalda en aquel rincón y se relajaba de todo el día, echando unos tragos con algún amigo que encontrara.

_ Ya parece que lleves toda la vida aquí_. Le decía Marcelino, un chaval electricista, encaramado en el banco de enfrente, con el que compartía ese día las jarras de cerveza precedidas de chupitos de ron.
_ A mí también me lo parece, Marce_. Alonso se echó el dadito de ron a la garganta y acto seguido la aclaró con un buen trago de cerveza fresca. El choque neuronal le provocó repentinas ganas de recordar en voz alta.

­_Yo tenía mi vida en España. Bueno, de hecho soy español, ya lo sabes. Aunque, no hay día que piense que he debido ser cubano alguna vez. No sé cuando, pero lo he sido, porque esto me ha llamado siempre. A veces escuchaba esa llamada fuerte y claro, y luego todo el rato susurrado al oído. Pero esa cantinela siempre la he tenido ahí; machacona en mi cabeza.

Vivía muy bien en España, no creas. Tenía mi pequeña empresa de fontanería, unos cuantos empleados, pocos y alguno eventual; pero marchaba la cosa, marchaba bien. Siempre con la ilusión de visitar algún día La Habana, hasta que al fin me decidí. Ya sabes, aviones de esos fletados de compatriotas, cargados de deseos contenidos y ganas de echar todas las canas al aire juntas. El que las tenga claro, que muchos ya ni eso. La verdad que no me identificaba con ellos, bueno, en las transparencias en la azotea sí; quería decir en lo de la canita al aire.

Conocí a Miranda ya en los últimos días por aquí, además mi morena nunca fue eso, fue porque tenía que ser, sólo eso. No la buscaba y la encontré, tampoco la encontré porque no la buscaba. Ni ella me encontró a mí, porque tampoco ella buscaba nada. Muchas vueltas, Marcelino; que las cosas pasan porque tienen que pasar.

Lo cierto es que cuando volví a España ya la llevaba conmigo. La dejé aquí, pero se vino conmigo, muy dentro, y ya nada fue lo mismo allí. El matrimonio con mi mujer, Aurora, era pura monotonía hacía años. Mi único hijo ya hacía tiempo que tenía su propia vida. Y mi trabajo rodaba sólo, cualquiera lo podía llevar ya. Además, ¡qué narices! Lo mío es un oficio y lo podía hacer en cualquier lugar del mundo.

Conseguía hablar con Miranda, aunque no a diario, las líneas cubanas y los cibers cubanos dejan mucho que desear. Esas condiciones pésimas me pusieron más ansioso si cabe. Entonces fue cuando estuve a punto de que saltara todo por los aires y venirme para acá. Estaba desesperado y no podía hablarlo con nadie. Hasta que pensé en mi amiga Elvira. Amiga mía de toda la vida, sabía que podía confiar en ella y que su consejo estaría cargado en la justa medida de sensatez y valentía, sin recortar ilusiones o libertades. Me aconsejó que hiciera primero un segundo viaje a Cuba. Creía que lo mejor era asegurarme primero de lo que sentía por Miranda. Y así lo hice. Volví en otro avión de “canosos sin pelo” y, Marcelino, fueron los quince días más increíbles de toda mi vida. Las dudas se despejaron por completo. Regresé a España y allí estuve el tiempo suficiente para romper amarras y quemar naves.

Y ahora ya me ves, feliz con mi Miranda y su tripita de cinco meses. ¿Quién me iba a decir que a mis años tendría una niña cubanita con una morena preciosa?

_ Disculpa Alonso_ intervino al fin Marcelino, al tiempo que le señalaba su teléfono móvil encima de la mesa_. No he querido interrumpir tu historia, pero debes tener el teléfono en silencio. Hace rato que he visto cómo parpadeaba la luz al recibir un sms.
Alonso miró la pequeña pantalla y se sonrió_ ¡Mira por donde! Es mi amiga Elvira desde España. A ver que me cuenta_. Al momento su cara cambió radicalmente.
_Tengo que llamar a España. Algo le ha pasado a Elvira.


CAPÍTULO 3

AURORA


Ante la pantalla del ordenador Aurora “calentaba dedos”. Necesitaba escribir cualquier cosa en el teclado hasta coger tono. Debía entregar un trabajo para la asignatura de psicosociología, y esta era la mejor forma de ponerse a ello.

_ Ha tenido que ocurrir un revulsivo, del calibre que ha pasado en mi vida, para que al fin me pusiera en movimiento.
Cuando Alonso se fue definitivamente a Cuba, las sensaciones fueron muy contradictorias. Desde la sorpresa a la indignación, pasando por una gran dosis de liberación. Sí, en el fondo creo que me sentí liberada. Hasta entonces había estado como anclada, peor, encallada en un lodazal. Dique seco, por no hablar de lodo. Inmovilidad en suma. Tampoco fue tan malo mientras duró lo bueno.

Me quedé sola y no veía el horizonte, ni eso, no veía más allá de la puerta de casa. En esas situaciones siempre se abre una ventana y salté por ella sin pensarlo. Luego todo vino rodado, la prueba para mayores de veinticinco años, y por supuesto, matricularme en lo que siempre me gustó, psicología.

¡La de cosas que me estoy enterando ahora! Cosas que intuía, pero que no sabía el por qué. El día que termine esta carrera, no sé si podré ayudar a alguien con sus problemas, pero sin dudas ya me ha ayudado con los míos.

Ahora entiendo por ejemplo por qué me casé con Alonso, y por qué dejamos de atraernos. La gente se une por los mismos motivos que se separan; así de fácil. En los primeros momentos nos sentimos atraídos por esas diferencias, porque el otro tiene lo que a nosotros nos falta, porque nos sentimos complementados… la teoría de los polos opuestos. Pero si no aprendemos a desarrollar en nosotros mismos esas carencias, al final esas diferencias serán la causa de las disputas y alejamientos. Nos enamoramos de lo distinto, de lo que nos choca y sorprende. Sin embargo, tenemos que aprender a amar esa paleta de colores diferentes a los nuestros, si queremos que pinten toda la vida. O cómo decía aquel: “Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias”. Es fácil lo coincidente, lo difícil es lo otro y eso hay que ganarlo día a día.

Esa chica cubana, Miranda, también tiene que ser muy diferente a Alonso. Está demostrado que los hombres en segundas relaciones buscan exactamente a la primera pareja, al menos en esencia. Es como si sintieran que han fracasado en la primera oportunidad, e instintivamente buscan alguien semejante donde demostrar que son capaces de sacar adelante una relación; o mejor que la primera vez. Las segundas intentonas son como retos de machos.
Bueno, de todas formas, no me veo yo ni parecida a una chica cubana preñada, con un puñado de años menos; aunque ¿quién sabe? En el fondo todos nos parecemos en algo.

_ Bip bip… bip bip…

Aurora alargó la mano, al otro extremo de la mesa, hasta coger su móvil. Abrió un sms que había recibido. Se extrañó, hacía mucho tiempo que no sabía nada de Elvira, justo desde que supo que había animado a Alonso con su nueva vida. Entre ellas no habían cruzado palabras; nada. El silencio mutuo y el distanciamiento lo hicieron todo, duro látigo el de la indiferencia. Ese inesperado sms era inquietante, parecía que le pasaba algo. Tenía que pensar qué hacer, ahora nunca hacía nada con precipitación.


CAPÍTULO 4

AYLA

_ Bip bip… bip bip

Era imposible que Ayla escuchara el sonido del mensaje que entraba en su móvil. No sólo porque el teléfono estaba en el fondo de su enorme bolso, sino porque ella estaba también en el fondo, pero de unos servicios públicos subiendo a la cima de una colina.

Ayla, la misma Elvira le puso ese apodo, hacía ya algunos años. Se conocieron en Italia, cuando cursaban juntas un master en marketing internacional. La primera impresión que tuvo Elvira de ella era que estaba completamente chiflada. Sus ideas en publicidad eran muy buenas, más que buenas, eran geniales. Y cuando la conoció un poco mejor, comprendió que los genios son así; hay que dejarlos, intentar comprenderlos, y luego dejarlos en su onda. Ella siempre iba contracorriente, como los salmones empecinados. A Elvira le recordó enseguida a la protagonista del libro “El clan del oso cavernario”, "Ayla": la cromañona que le plantaba cara a todo un clan neardental. Cuestiones evolutivas.

En aquel curso de Italia, Ayla también era “una cromañona” muy incomprendida y el ser humano tiende a despreciar aquello que no alcanza a comprender. La famosa fábula del zorro y las uvas que siempre se repite. El zorro que, por muchos saltos que daba, no podía alcanzar las uvas que tanto le gustaban, y acabó por exclamar despechado: “Bah… están verdes esas uvas, seguro que me sentarían mal”.

No se bebía la vida, se la tragaba como una alcantarilla. Estaba ya metida en ese remolino y era consciente sin miedo. Posiblemente acabaría muy mal, pero ¿era acabar mal vivir varias vidas en una? No tenía paciencia para esperar que las vidas se sucedieran una tras otra. No era gata, era tigresa, tigresa sin garras porque era incapaz de hacerle daño a nadie; pero tigresa.

_ Troc trac troc trac troc…_. Ahora era la tapa de la cisterna, que se empeñaba en acompañar el concierto. Demasiado escándalo para el sitio donde estaban.

_ Ayla, ¡no te apoyes ahí!

_ ¿No te gusta el redoble de tambor?

El sentido del humor de “la cromañona” era de los de “punta de alfiler”: punzada la justa, rápido e inesperado, y también la mayoría de las veces inoportuno.
Al “partenaire” le tocó la moral. Tenía que derretir esa fiera helada, y hasta ahora no lo estaba haciendo bien. La incorporó y pegó la espalda de Ayla a la pared. Ella notó los azulejos fríos en el culo; eso no ayudaba.

_ Deja que te las saque de los tobillos… eso es. Ahora sube un pie al filo de la taza.

Ayla lo vio desaparecer, bajar a las profundidades, y dejó de sentir el frío de la pared; ahora las manos de él le abrigaban la zona. Entonces se sintió sola, como solía estar en un mundo lleno de gente que no la entendía. Un mundo al que ahora se agarraba, con ambas manos, a una mata de pelo. Sólo tenía que subir la colina llena de flores y pájaros de colores, abrir la ventana y echar a volar.


CAPÍTULO 5

BARNA


Era tan sólo una forma de llamarlo sin decir su nombre. Barna sonaba femenino y así ocultaba su verdadera identidad. Pertenecía al pasado de Elvira, cuando ella podía tener todos los “Barnas” que deseara, pero llegado el caso no quería dar explicaciones. Sería demasiado doloroso para ella, no por darlas, sino por escuchárselas ella misma en voz alta.

Prefería guardar todo lo vivido con él por algún pliegue del recuerdo, para de vez en cuando, hacer las camas del pasado; estirar las sábanas arrugadas y dejarlas un rato que les diera el aire. Aunque ya se sabe que los tejidos de la memoria tienen arrugas tan bellas como persistentes, y se empeñan en replegarse una y otra vez, como feto dormido en el vientre de su madre.

A Elvira le gustaba sumergirse a solas en ese mar arrugado, siempre en los mejores momentos. Como cuando él la recibió en el aeropuerto de Barcelona, con aquél abrazo que desterró toda la incertidumbre del camino.
Aún sentía a veces cómo apretaba su mano, mientras paseaban por el Barrio Gótico y cómo la guiaba a la Iglesia de Santa María del Mar; tan retratada y tan desconocida para ella, hasta que él se la enseñó.
La comida en aquel restaurante pequeñito, a dos palmos de su cara. La subida en ascensor a la habitación, a un palmo de su cadera. Los cuerpos reconociéndose palmo a palmo, bajo la penumbra de la ventana o bajo el agua de la ducha.

Él se acostumbró a lo sorpresiva que podía llegar a ser Elvira. Al principio le había producido un cierto vértigo que lo incomodaba, pero luego se hizo adicto como a la mejor de las drogas. También él tuvo sus momentos de disfrute recordando.
Como cuando de viaje por trabajo a Alemania, abrió la puerta al servicio de habitaciones, y se encontró con la sonrisa de Elvira. Aquella habitación en la planta veintidós, del precioso hotel de Hamburgo, tendría mucho que contar y nunca lo haría.
La silueta de Elvira recortada de luz de luna en el enorme ventanal, el abrazo de él por su espalda arropándola con el nórdico blanco… El nórdico blanco, inmaculado; inmaculado y tirado al suelo, sobre el que se amaron como en una nube. Ese también tenía muchas arrugas bellas del pasado.

Resultaba bonito imaginar que fueron historias inventadas por algún escritor. Cuentos de alguien tan sentimental como Elvira que, aunque él se había ido para siempre, ella jamás borró su número de teléfono. Así que ahora, el sms desesperado se quedaría atrapado en la tarjeta SIM del teléfono móvil de él, olvidado en algún cajón de su casa en Barna. Porque los muertos no contestan mensajes.


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