El Ratón Tintero

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lunes, 2 de junio de 2008

El peor encuentro sexual de la historia.


A Mercedes le gustaba hacerse de rogar, solía poner a Pedro mil excusas de dolores y cansancio para torturarlo, empleando como arma arrojadiza el sexo, en represalia de pequeñas tonterías cotidianas.

Para ella no era algo fundamental en la relación de pareja y podía pasar sin sexo perfectamente, o al menos eso creía. Además, ¡que dulce venganza verlo babear por la casa detrás de su culo! -"La venganza se sirve en plato frío"- y para fría, ella.

Pero para babas, no había como las de Pedro. Era la típica persona que si hablaba muy rápido saltaban perdigones de saliva de su boca, aterrizando por doquier.

En la comisura de sus labios siempre había un residuo de espumilla blanca, y eso hacía que sus besos no fueran los ideales. Cuando besaba a Mercedes, la segregación de saliva era aún mayor por la excitación del momento, formando un cerco alrededor de la boca que al cabo de unos minutos, al secarse, desprendía olor a gallinaza.

(Nota de la RAE.

Gallinaza: dicesé del olor que desprende el excremento o estiércol de las gallinas).

Y encima no había mujer más limpia que Mercedes. Al terminar una relación se apresuraba a recoger y limpiarlo todo. A veces incluso ponía una toalla debajo antes de empezar, sobre todo si había cambiado las sábanas de limpio esa misma mañana.

No era una mujer deportista, pero nada más acabar daba un salto de la cama digno de la mejor atleta olímpica. También era, cómo no, la primera en lavarse; después lo hacía Pedro, no extrañándose al volver encontrar en la cama una gran montaña debajo del edredón, que no era otra cosa que el culo de Mercedes vuelto de espaldas, acompañado de los primeros ronquidos.

Pero aquella noche "la cita amorosa" estaba planificada y la cosa no tenía escapatoria posible. Habían quedado en hacerlo el sábado sobre las once de la noche, como era costumbre, cuando los niños estuvieran ya dormidos y la casa y la cocina perfectamente recogida a prueba de revista.

Cuando Pedro entró al dormitorio, Mercedes ya lo esperaba en la cama. Vestía su camisón de los fines de semana: largo a media perna, manga larga, cerrado a la caja, con museta de encajes y chorrera de botones; modelo de los de dar pecho recién parida.

Un cumpleaños le regaló él uno muy sensual: corto de transparencias y braga a juego; pero Mercedes jamás consintió ni en probárselo, y es más, hasta llegó a molestarle.

-"¡Tomarla a ella por eso!"-, protestó bastante indignada.

Pedro en cambio se metió en la cama completamente desnudo, eso, si obviamos la gran manta de vello que cubría su cuerpo a modo de abrigo de visón de los buenos, espalda incluida.

Pero para vellos estaban ambos bien servidos ya que Mercedes eso de la depilación no era una cita obligada en su agenda. Las piernas, usando sólo pantalones, no hacían falta, y como las ingles y axilas le daban miedo por aquello de los tirones de los ganglios, pues así lucía “cabellera al viento” para pasto de sudores y demás olores.

Pedro tomó la iniciativa, como era de esperar, y acercó sus pies a los de Mercedes, sin sorprenderse al topar con los gruesos calcetines de dormir. Aunque no pudo aguantarse la observación:

_ Mercedes, cariño mío, bien está que tengas frío, lo entiendo mi vida pero ¿no te podrías quitar algo de ropa?... por favor te lo pido.

_ Está bien _ respondió resignada Mercedes_ pero antes voy a hacer pipí que luego protestas si lo pido a mitad del tema.

Pedro tuvo ganas de exclamar un: "¡No, espera! Con lo que corta eso el rollo", pero sabía que podía jugársela y dar pie a la excusa para la bronca apriori, así que se mordió la lengua.

Ya de vuelta y antes de despojarse del camisón, a Mercedes se le ocurrió una pregunta que sabía tonta de antemano, pero la hizo:

_ Pedro, ¿Podrías apagar la luz?

Pregunta que se ganó una respuesta tajante:

_ ¡No!

Así que con otro -"Está bien"- resignado, se sacó el púdico camisón por la cabeza con una habilidad y rapidez alucinante, colándose en la cama del tirón sin "estriptease" imaginable.

Pedro comenzó su rutinaria tanda de caricias, las mismas que a Mercedes hacían cosquillas más que conseguir excitarla, se limitaba a estar tumbada boca arriba y esperar que aquello pasara lo antes posible.

Las manos sudorosas de Pedro la manoseaban de arriba abajo, mientras ella mantenía los ojos cerrados. Tan sólo abría el izquierdo de vez en cuando, para mirar los números rojos del reloj digital de la mesilla de noche.

De pronto tuvo un gran desasosiego:

_ Pedro, espera un poco, ¡para hombre!, que no sé si he apagado la estufa de la mesa camilla, vaya que se meta fuego.

-"El mismo fuego que no consigo que prenda en ti"_ pensó Pedro, pero contestó un:

_ Vale ve, además no estoy seguro de haber echado el cerrojo de la puerta.

_ ¿Que no? ¡Que cosas tienes! Y yo ahí tan tranquila cuando podía haberse levantado Pedrito y nos pilla.

A los pocos minutos volvió Mercedes. Falsa alarma: la estufa estaba apagada y el cerrojo estaba echado, pero no había estado de más comprobado.

Volvieron a la faena torera y Pedro ya no estaba dispuesto a perder más tiempo intentando en vano que ella entrara en situación, así que fue directo a lo suyo.

Subió la temperatura, puso el pito de la olla exprés, el otro pito también en su hueco y comenzó sus rítmicos movimientos de conejo. Mercedes se sorprendió un poco y le preguntó:

_ ¿Es que ya la has metido?

Pedro no se molestó en contestar una pregunta tan humillante, alusiva a su tamaño. Ya iba enfilado al precipicio de lo más parecido al onanismo.

_ ¡Que buena estás Angelina!_ casi gritaba en plena euforia.

Mercedes ni se inmutó, esa noche parece que le tocaba sustituirla Angelina Jolie.

Los movimientos de Pedro cada vez eran más fuertes y seguidos, lo que aliviaba algo a Mercedes ya que era síntoma que la cosa tocaba a su fin; eso y el usual pedo fétido final de él, acompañado a la orquesta por los suyos vaginales.

De repente, las sacudidas de Pedro se cortaron de golpe y porrazo, dejando caer su cuerpo sobre el de ella a modo de fardo o bacalao islandés.

Pedro no se movía. Pedro no respiraba. Pedro estaba muerto.

Y Mercedes aunque lo lamentó el resto de su vida, también se libró del suplicio de los sábados a las once de la noche, más o menos.


2 comentarios:

Jabuga dijo...

Jaaaaaaaaajajaa

¡¡Qué anti-morbo!!


Jabusss

ErCalamar dijo...

Despues de leer esto se te quitan las ganas de 3 dias... no se si reirme o que me entre una pena profunda.... que complicadas son las relaciones con falta de palabras....

Besos Ratona

Que diferencia con el regalo de navidad....jejejejejejjejejej

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