Título: Caleidoscopio de personas.
Sipnosis:
Será un libro de relatos cortos. Estarán todos hilvanados entre sí por un mismo hilo conductor, menos el primero y el último que harán de presentación y cierre final del círculo.
Comienza por una historia trepidante, que flotará a lo largo de toda la novela. Tenemos a la protagonista que conduce muy acelerada, en velocidad y en ánimos. Va hablando sola mientras conduce su coche sin rumbo fijo, lleva una maleta hecha a puñados, la cara arrasada de lágrimas y por lo que va diciendo entre llanto y rabia, acaba de irse de casa después de una bronca monumental. No piensa volver nunca más.
Entonces ocurre lo que puede ocurrir conduciendo en esas circunstancias: pierde el control del coche en un adelantamiento y da varias vueltas de campana hasta caer en la cuneta. Está mal herida y atrapada entre chapas, aunque aún consciente. Mientras llegan ambulancias y bomberos, puede acceder al móvil y enviar un torpe sms: “stoy grave accidente”. Pero al darle a “Enviar” no sabe a quien y no se le ocurre otra cosa que bajar a la opción siguiente de: “Enviar a todos”… lo lanza y acto seguido pierde el conocimiento.
A partir de ahí se irán sucediendo los relatos por orden alfabético de su agenda telefónica. Iremos conociendo a todas las personas que la conocen, así como sus distintas y variadas situaciones y la relación que la unen a la protagonista. Será clave y revelador el instante en el que reciben el desesperado mensaje.
En todo ese abanico de vidas se traslucirán problemáticas muy distintas, y al mismo tiempo iremos averiguando cosas de la protagonista. Los distintos capítulos, con sus respectivos personajes, formarán un auténtico caleidoscopio de personas. El lector navegará entre risas y llantos, entre intriga y pasión, con relatos llenos de humor, tristeza, incertidumbre… la vida misma.
El hecho de coger un teléfono móvil, como armazón de una historia, es por lo cercano. Todo el mundo se puede sentir identificado, porque ¿quién no tiene un móvil?, ¿quién mirando su agenda telefónica no podría contar veinte o treinta historias? Y es más, ¿quién no sentiría curiosidad por asomarse a la agenda de otra persona e imaginar esas historias? Pues aquí tienes tu oportunidad.
CALEIDOSCOPIO DE PERSONAS
CAPÍTULO 1
- ¡Vamos, vamos!- Gritaba Elvira, mientras aporreaba el volante de su coche y hacía girar la llave sin obtener respuesta del motor- ¡Arranca de una maldita vez!... ¿Será posible?
La luz del sótano acabó por apagarse momentos antes de conseguir un ligero ronquido, seguido de alguna explosión que sonó a música para Elvira.
- ¡Al fin respondes cascajo viejo!, sabía que no me podías dejar tirada, ¡hoy no!
Pisó varias veces el acelerador a fondo, y consiguió expulsar una gran humareda por el tubo de escape. Ya no se le apagaría, podría irse, salir corriendo aunque sin saber donde, eso era lo de menos; lo importante era huir lo más lejos posible.
Las manos le temblaban aún, pero metió primera y subió la rampa del garaje del tirón. Su aspecto lo decía todo. A medio vestir, con los pelos alborotados, los ojos rojos de ira y rabia, la cara húmeda y llena de restregones grises, mezcla de rimel y lágrimas… Pero lo que más delataba lo ocurrido era ese bolso de viaje en el asiento de atrás hecho a puñados; a medio cerrar, como su blusa.
- ¿Cómo ha podido ser tan canalla?, los dos, ¿cómo han podido hacerme esto?- preguntaba a gritos a su coche.
- ¡Eh, imbécil! ¿Qué hace? ¿Es que no me ve idiota?- vociferaba a los conductores de los demás coches.
Iba como loca, fuera de sí. Cambiaba de carril sin mirar, sin pensar. Las lágrimas volvían a aflorar para dificultar aún más la conducción temeraria.
Y volvían las preguntas al aire- ¿Cómo no me di cuenta? ¿Tan tonta estaba? ¿Tan ciega?... ¿Para donde tiro ahora?
Se dirigió a la circunvalación de la ciudad. Algún cartel la llamaría. Vería algún destino escrito que tomaría como su destino. Lo importante era alejarse de allí lo más rápido que su viejo coche le permitiera.
Imágenes borrosas se sucedían en su cabeza como flashes, como diapositivas de una película sin montar aún; sin sentido y con todo el sentido.
Veía su mano abriendo la cerradura de la puerta de su casa. Había vuelto antes de lo acostumbrado. No se encontraba bien y se marchó del trabajo a media mañana. Demasiado bien se encontraba sin saberlo, para lo mal que tendría que ponerse al entrar en su dormitorio.
- Hacia el norte, iré hacia el norte. Una gran ciudad donde nadie me encuentre- se dijo pensando sin pronunciar. – De todas formas quizás ellos ni se molesten en buscarme. David tal vez sí, al fin y al cabo es mi marido; pero Lorenzo… ese maricón traidor… no creo que tenga encima la desfachatez.
Los fotogramas de lo sucedido volvían a ráfagas. La mesa del salón donde soltó el bolso. La casa aparentemente vacía. El largo pasillo que ahora veía distorsionado como en la mayor de las borracheras, con su dormitorio al fondo sospechosamente en penumbra para la hora del día. Algo intuyó entonces, pero ni cercano a lo que habría de ver al encender la luz de la habitación. Ahí se acababan las imágenes. Todo era negro, muy negro. Su cerebro se negaba a reproducirlo. Era demasiado crudo, demasiado hiriente y desgarrador, tanto que el pecho le dolía sólo de intentar recordarlo.
Carnes al aire, cuerpos desnudos conocidos, pero no enredados como tenía delante. Lorenzo de frente fue el primero en verla y la nuca de David dando la vuelta para mostrar su cara desencajada.
-¡Elvira! ¿Qué haces aquí tan pronto?- le había preguntado David pillado in fraganti. Lorenzo no dijo nada, ¿Es que podía decir algo?, ¡el amigo del alma! El maricón que salió del armario gracias a su cariño y apoyo, le había pagado con la mayor de las traiciones, arrastrando a la cama a su propio marido. Pero no, no podía engañarse ni disculpar a nadie, porque a nadie se arrastra a eso, a eso se va con gusto y placer. No había mordazas ni lazos atándolo, no había puñales en el cuello, tan sólo sudor corriendo por sus cuerpos en pleno éxtasis de lujuria.
De pronto, Elvira se dio cuenta que el sol dejaba de entrar por su ventanilla. Una gigantesca sombra, con forma de camión, se echaba sobre ella sacándola de la carretera. La línea del horizonte comenzó a girar en redondo, como las manecillas locas de un descontrolado reloj. Cuando todo paró, el paisaje también había cambiado de posición. El cielo estaba cambiado de sitio con el suelo y ella notaba toda la sangre agolpada en su cabeza abajo. Su bolso estaba derramado junto a su cara en el techo del coche, pero pudo alcanzar el móvil. Con la única mano que podía, marcó las teclas de un sms que leía borroso en la pequeña pantalla: “stoy grave accidente”. Dudó al enviar, no sabía a quién, se le iba la conciencia y bajó a la opción siguiente: “Enviar a todos”. La oscuridad cegó todas las ventanillas del viejo coche de Elvira. Los ojos se habían cerrado solos.
CAPÍTULO 2
ALONSO
Le gustaba sentarse siempre en el mismo bareto del barrio de La Víbora, muy cerca de La Habana Vieja. Si ibas a esas horas de la tarde, cuando ya había terminado de trabajar, seguro que lo encontrabas en ese sitio. Las mesas eran pequeñas y los asientos bancos corridos sin respaldo, pero Alonso encajaba su espalda en aquel rincón y se relajaba de todo el día, echando unos tragos con algún amigo que encontrara.
_ Ya parece que lleves toda la vida aquí_. Le decía Marcelino, un chaval electricista, encaramado en el banco de enfrente, con el que compartía ese día las jarras de cerveza precedidas de chupitos de ron.
_ A mí también me lo parece, Marce_. Alonso se echó el dadito de ron a la garganta y acto seguido la aclaró con un buen trago de cerveza fresca. El choque neuronal le provocó repentinas ganas de recordar en voz alta.
_Yo tenía mi vida en España. Bueno, de hecho soy español, ya lo sabes. Aunque, no hay día que piense que he debido ser cubano alguna vez. No sé cuando, pero lo he sido, porque esto me ha llamado siempre. A veces escuchaba esa llamada fuerte y claro, y luego todo el rato susurrado al oído. Pero esa cantinela siempre la he tenido ahí; machacona en mi cabeza.
Vivía muy bien en España, no creas. Tenía mi pequeña empresa de fontanería, unos cuantos empleados, pocos y alguno eventual; pero marchaba la cosa, marchaba bien. Siempre con la ilusión de visitar algún día La Habana, hasta que al fin me decidí. Ya sabes, aviones de esos fletados de compatriotas, cargados de deseos contenidos y ganas de echar todas las canas al aire juntas. El que las tenga claro, que muchos ya ni eso. La verdad que no me identificaba con ellos, bueno, en las transparencias en la azotea sí; quería decir en lo de la canita al aire.
Conocí a Miranda ya en los últimos días por aquí, además mi morena nunca fue eso, fue porque tenía que ser, sólo eso. No la buscaba y la encontré, tampoco la encontré porque no la buscaba. Ni ella me encontró a mí, porque tampoco ella buscaba nada. Muchas vueltas, Marcelino; que las cosas pasan porque tienen que pasar.
Lo cierto es que cuando volví a España ya la llevaba conmigo. La dejé aquí, pero se vino conmigo, muy dentro, y ya nada fue lo mismo allí. El matrimonio con mi mujer, Aurora, era pura monotonía hacía años. Mi único hijo ya hacía tiempo que tenía su propia vida. Y mi trabajo rodaba sólo, cualquiera lo podía llevar ya. Además, ¡qué narices! Lo mío es un oficio y lo podía hacer en cualquier lugar del mundo.
Conseguía hablar con Miranda, aunque no a diario, las líneas cubanas y los cibers cubanos dejan mucho que desear. Esas condiciones pésimas me pusieron más ansioso si cabe. Entonces fue cuando estuve a punto de que saltara todo por los aires y venirme para acá. Estaba desesperado y no podía hablarlo con nadie. Hasta que pensé en mi amiga Elvira. Amiga mía de toda la vida, sabía que podía confiar en ella y que su consejo estaría cargado en la justa medida de sensatez y valentía, sin recortar ilusiones o libertades. Me aconsejó que hiciera primero un segundo viaje a Cuba. Creía que lo mejor era asegurarme primero de lo que sentía por Miranda. Y así lo hice. Volví en otro avión de “canosos sin pelo” y, Marcelino, fueron los quince días más increíbles de toda mi vida. Las dudas se despejaron por completo. Regresé a España y allí estuve el tiempo suficiente para romper amarras y quemar naves.
Y ahora ya me ves, feliz con mi Miranda y su tripita de cinco meses. ¿Quién me iba a decir que a mis años tendría una niña cubanita con una morena preciosa?
_ Disculpa Alonso_ intervino al fin Marcelino, al tiempo que le señalaba su teléfono móvil encima de la mesa_. No he querido interrumpir tu historia, pero debes tener el teléfono en silencio. Hace rato que he visto cómo parpadeaba la luz al recibir un sms.
Alonso miró la pequeña pantalla y se sonrió_ ¡Mira por donde! Es mi amiga Elvira desde España. A ver que me cuenta_. Al momento su cara cambió radicalmente.
_Tengo que llamar a España. Algo le ha pasado a Elvira.
CAPÍTULO 3
AURORA
Ante la pantalla del ordenador Aurora “calentaba dedos”. Necesitaba escribir cualquier cosa en el teclado hasta coger tono. Debía entregar un trabajo para la asignatura de psicosociología, y esta era la mejor forma de ponerse a ello.
_ Ha tenido que ocurrir un revulsivo, del calibre que ha pasado en mi vida, para que al fin me pusiera en movimiento.
Cuando Alonso se fue definitivamente a Cuba, las sensaciones fueron muy contradictorias. Desde la sorpresa a la indignación, pasando por una gran dosis de liberación. Sí, en el fondo creo que me sentí liberada. Hasta entonces había estado como anclada, peor, encallada en un lodazal. Dique seco, por no hablar de lodo. Inmovilidad en suma. Tampoco fue tan malo mientras duró lo bueno.
Me quedé sola y no veía el horizonte, ni eso, no veía más allá de la puerta de casa. En esas situaciones siempre se abre una ventana y salté por ella sin pensarlo. Luego todo vino rodado, la prueba para mayores de veinticinco años, y por supuesto, matricularme en lo que siempre me gustó, psicología.
¡La de cosas que me estoy enterando ahora! Cosas que intuía, pero que no sabía el por qué. El día que termine esta carrera, no sé si podré ayudar a alguien con sus problemas, pero sin dudas ya me ha ayudado con los míos.
Ahora entiendo por ejemplo por qué me casé con Alonso, y por qué dejamos de atraernos. La gente se une por los mismos motivos que se separan; así de fácil. En los primeros momentos nos sentimos atraídos por esas diferencias, porque el otro tiene lo que a nosotros nos falta, porque nos sentimos complementados… la teoría de los polos opuestos. Pero si no aprendemos a desarrollar en nosotros mismos esas carencias, al final esas diferencias serán la causa de las disputas y alejamientos. Nos enamoramos de lo distinto, de lo que nos choca y sorprende. Sin embargo, tenemos que aprender a amar esa paleta de colores diferentes a los nuestros, si queremos que pinten toda la vida. O cómo decía aquel: “Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias”. Es fácil lo coincidente, lo difícil es lo otro y eso hay que ganarlo día a día.
Esa chica cubana, Miranda, también tiene que ser muy diferente a Alonso. Está demostrado que los hombres en segundas relaciones buscan exactamente a la primera pareja, al menos en esencia. Es como si sintieran que han fracasado en la primera oportunidad, e instintivamente buscan alguien semejante donde demostrar que son capaces de sacar adelante una relación; o mejor que la primera vez. Las segundas intentonas son como retos de machos.
Bueno, de todas formas, no me veo yo ni parecida a una chica cubana preñada, con un puñado de años menos; aunque ¿quién sabe? En el fondo todos nos parecemos en algo.
_ Bip bip… bip bip…
Aurora alargó la mano, al otro extremo de la mesa, hasta coger su móvil. Abrió un sms que había recibido. Se extrañó, hacía mucho tiempo que no sabía nada de Elvira, justo desde que supo que había animado a Alonso con su nueva vida. Entre ellas no habían cruzado palabras; nada. El silencio mutuo y el distanciamiento lo hicieron todo, duro látigo el de la indiferencia. Ese inesperado sms era inquietante, parecía que le pasaba algo. Tenía que pensar qué hacer, ahora nunca hacía nada con precipitación.
CAPÍTULO 4
AYLA
_ Bip bip… bip bip
Era imposible que Ayla escuchara el sonido del mensaje que entraba en su móvil. No sólo porque el teléfono estaba en el fondo de su enorme bolso, sino porque ella estaba también en el fondo, pero de unos servicios públicos subiendo a la cima de una colina.
Ayla, la misma Elvira le puso ese apodo, hacía ya algunos años. Se conocieron en Italia, cuando cursaban juntas un master en marketing internacional. La primera impresión que tuvo Elvira de ella era que estaba completamente chiflada. Sus ideas en publicidad eran muy buenas, más que buenas, eran geniales. Y cuando la conoció un poco mejor, comprendió que los genios son así; hay que dejarlos, intentar comprenderlos, y luego dejarlos en su onda. Ella siempre iba contracorriente, como los salmones empecinados. A Elvira le recordó enseguida a la protagonista del libro “El clan del oso cavernario”, "Ayla": la cromañona que le plantaba cara a todo un clan neardental. Cuestiones evolutivas.
En aquel curso de Italia, Ayla también era “una cromañona” muy incomprendida y el ser humano tiende a despreciar aquello que no alcanza a comprender. La famosa fábula del zorro y las uvas que siempre se repite. El zorro que, por muchos saltos que daba, no podía alcanzar las uvas que tanto le gustaban, y acabó por exclamar despechado: “Bah… están verdes esas uvas, seguro que me sentarían mal”.
No se bebía la vida, se la tragaba como una alcantarilla. Estaba ya metida en ese remolino y era consciente sin miedo. Posiblemente acabaría muy mal, pero ¿era acabar mal vivir varias vidas en una? No tenía paciencia para esperar que las vidas se sucedieran una tras otra. No era gata, era tigresa, tigresa sin garras porque era incapaz de hacerle daño a nadie; pero tigresa.
_ Troc trac troc trac troc…_. Ahora era la tapa de la cisterna, que se empeñaba en acompañar el concierto. Demasiado escándalo para el sitio donde estaban.
_ Ayla, ¡no te apoyes ahí!
_ ¿No te gusta el redoble de tambor?
El sentido del humor de “la cromañona” era de los de “punta de alfiler”: punzada la justa, rápido e inesperado, y también la mayoría de las veces inoportuno.
Al “partenaire” le tocó la moral. Tenía que derretir esa fiera helada, y hasta ahora no lo estaba haciendo bien. La incorporó y pegó la espalda de Ayla a la pared. Ella notó los azulejos fríos en el culo; eso no ayudaba.
_ Deja que te las saque de los tobillos… eso es. Ahora sube un pie al filo de la taza.
Ayla lo vio desaparecer, bajar a las profundidades, y dejó de sentir el frío de la pared; ahora las manos de él le abrigaban la zona. Entonces se sintió sola, como solía estar en un mundo lleno de gente que no la entendía. Un mundo al que ahora se agarraba, con ambas manos, a una mata de pelo. Sólo tenía que subir la colina llena de flores y pájaros de colores, abrir la ventana y echar a volar.
CAPÍTULO 5
BARNA
Era tan sólo una forma de llamarlo sin decir su nombre. Barna sonaba femenino y así ocultaba su verdadera identidad. Pertenecía al pasado de Elvira, cuando ella podía tener todos los “Barnas” que deseara, pero llegado el caso no quería dar explicaciones. Sería demasiado doloroso para ella, no por darlas, sino por escuchárselas ella misma en voz alta.
Prefería guardar todo lo vivido con él por algún pliegue del recuerdo, para de vez en cuando, hacer las camas del pasado; estirar las sábanas arrugadas y dejarlas un rato que les diera el aire. Aunque ya se sabe que los tejidos de la memoria tienen arrugas tan bellas como persistentes, y se empeñan en replegarse una y otra vez, como feto dormido en el vientre de su madre.
A Elvira le gustaba sumergirse a solas en ese mar arrugado, siempre en los mejores momentos. Como cuando él la recibió en el aeropuerto de Barcelona, con aquél abrazo que desterró toda la incertidumbre del camino.
Aún sentía a veces cómo apretaba su mano, mientras paseaban por el Barrio Gótico y cómo la guiaba a la Iglesia de Santa María del Mar; tan retratada y tan desconocida para ella, hasta que él se la enseñó.
La comida en aquel restaurante pequeñito, a dos palmos de su cara. La subida en ascensor a la habitación, a un palmo de su cadera. Los cuerpos reconociéndose palmo a palmo, bajo la penumbra de la ventana o bajo el agua de la ducha.
Él se acostumbró a lo sorpresiva que podía llegar a ser Elvira. Al principio le había producido un cierto vértigo que lo incomodaba, pero luego se hizo adicto como a la mejor de las drogas. También él tuvo sus momentos de disfrute recordando.
Como cuando de viaje por trabajo a Alemania, abrió la puerta al servicio de habitaciones, y se encontró con la sonrisa de Elvira. Aquella habitación en la planta veintidós, del precioso hotel de Hamburgo, tendría mucho que contar y nunca lo haría.
La silueta de Elvira recortada de luz de luna en el enorme ventanal, el abrazo de él por su espalda arropándola con el nórdico blanco… El nórdico blanco, inmaculado; inmaculado y tirado al suelo, sobre el que se amaron como en una nube. Ese también tenía muchas arrugas bellas del pasado.
Resultaba bonito imaginar que fueron historias inventadas por algún escritor. Cuentos de alguien tan sentimental como Elvira que, aunque él se había ido para siempre, ella jamás borró su número de teléfono. Así que ahora, el sms desesperado se quedaría atrapado en la tarjeta SIM del teléfono móvil de él, olvidado en algún cajón de su casa en Barna. Porque los muertos no contestan mensajes.